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Solo la tierra en que se muere es nuestra

ANTONIO MACHADO, GOYA, LORD BYRON, ENRIQUE GIL: UNIDOS POR LA TIERRA LEJANA

Un curioso artículo de Raquel Pérez Valle en su blog "Enrique Gil y Carrasco"

En su ensayo Todo lo que era sólido (2013) el escritor Antonio Muñoz Molina recordaba los versos de Antonio Machado:

Machado

“Sólo la tierra en que se muere es nuestra”. El poeta sevillano, al igual que Enrique Gil, falleció un frío 22 de febrero alejado de su patria. Machado y su familia, empujados por el largo túnel de la guerra, tras un bienio en Valencia, son evacuados a Barcelona, tiñendo de angustia premonitora, aquel mismo camino de ilusión hacia el Berlín diplomático que casi un siglo antes había alentado al escritor berciano.

Desde una ciudad condal a punto de ser ocupada, el viento del destino les enseña aquel camino donde la Parca habría de cortar sus hilos. Esta desagradable y fatídica circunstancia ha puesto en el mapa para todos los amantes de los mundos sutiles la fronteriza ciudad gala de Colliure. Peregrinaje indispensable a la tumba del poeta donde nunca faltan las flores frescas.

Junto a ella, un pequeño buzón, una dirección impresa, en el que depositar los oscuros recuerdos de símbolos y belleza:

Antonio Machado

Cementerio de Colliure

66190, Colliure (Francia)

Oleg Oprisco
Oleg Oprisco
"El cráneo de Goya", pintado por Dionisio Fierros (1849)
“El cráneo de Goya”, pintado por Dionisio Fierros (1849)

Empujado por un hastiado exilio cultural también buscó refugio en el país vecino quien Gil y Carrasco denominó como “Un pincel gigante de nuestros días”: don Francisco de Goya y Lucientes (1746-1828), otro de nuestros hombres ilustres fallecido fuera de España y que como el poeta de “La violeta” lamentablemente vio escrito su nombre en más de una tumba.

Tras su defunción fue enterrado en el cementerio bordelés de La Chartreuse, en un mausoleo propiedad de la familia Muguiro de Iribarren, junto a su inseparable amigo y consuegro Miguel Martín Goicoechea, fallecido tres años antes. 30 años después, el cónsul español en la ciudad francesa, Joaquín Pereyra, decidió comenzar los trámites para exhumar el cadáver de Goya y trasladar sus restos a España. En tan complicada operación descubren con sorpresa que el cráneo del artista había desaparecido, iniciándose así el periplo por esa leyenda negra, casi oscura casi cierta, asociada al paradero de su calavera.

Organizados somos y en el camino nos encontraremos,… como en el caso de Gil y Carrasco el traslado de los restos del pintor de Fuendetodos dicta una rocambolesca historia en la que no podía faltar el lugar escogido donde al final había de descansar: de Zaragoza a Madrid; de la cripta de la Colegiata de San Isidro, a la Sacramental de San Isidro (en la Sacramental de San Isidro de Madrid aún se conserva el panteón que acogió a cuatro ilustres: Goya, Moratín, Meléndez Valdés y Donoso Cortés) y finalmente a la ermita de San Antonio de la Florida. Nueva coincidencia con nuestro poeta, ese joven Gil que vertió sus más íntimos sentimientos en el relato fantástico Anochecer en San Anochecer en Antonio de la Florida; ambos artistas descansan en sagrado.

Anka Zhuravleva
Anka Zhuravleva

Alrededor de otra guerra y de otro grito de independencia entrega su vida a la tierra griega Lord Byron (1788-1824). Desde Missolonghi el cadáver del poeta inglés también se subió a la noria de los restos mortales y la ruleta de la fortuna lo embalsamó, algunos dicen que en una cuba de coñac, con destino a la abadía de Westmister (Inglaterra). Si el inmortal autor de las pinturas negras perdió el cráneo en el intento, un escritor como Lord Byron no podía perder otra cosa que el corazón, que permaneció en tierras helenas. Lógico era también que la encorsetada sociedad inglesa, por ser vos quien sois, enarbolando la bandera de la fina moralidad variase el rumbo final de la ilustre osamenta a la Iglesia de Santa Mª Magdalena (a Hucknall, en Nottinghamshire). Descanso eterno compartido con su madre y años más tarde con su célebre hija Ada Lovelace.

"Lord Byron en su lecho de muerte", Joseph Denis Odevaere (1826)
“Lord Byron en su lecho de muerte”, Joseph Denis Odevaere (1826)

A

 

Si para el entusiasmado embajador de España ante la RDA (embajador de 1985 a 1990), Alonso Álvarez Toledo, “El cráneo de Enrique Gil y Carrasco se conservaba intacto y la blanca dentadura les sonreía con expresión de agradecimiento”, para el apasionado reverendo Thomas Gerrad Barber, cuando volvieron a abrir el ataúd del poeta de The childe Harol, ante los rumores de que la tumba había sido profanada,  “Sus facciones y su cabello eran fácilmente reconocibles por los retratos con los cuales estaba tan familiarizado… Tenía los pies y los tobillos descubiertos y pude comprobar que su cojera se localizaba en el pie derecho”, circunstancias no corroboradas por Houldsworth, que observó deficiencias en el embalsamiento pero también una curiosa circunstancia que atrajo su atención: “el miembro viril de Lord Byron estaba anormalmente desarrollado”.

Antonio Mora
Antonio Mora

Después de tanta atracción en la inspección de cadáveres ilustres,… parada y fonda imprescindible en el cementerio protestante de la ciudad eterna. Será un viejo conocido para los seguidores de Enrique Gil, el embajador de Prusia ante la Santa Sede,  Wilhelm von Humboldt, quien consiguió la autorización del papa para poner una lápida a sus dos hijos fallecidos en Roma, hecho que hasta el momento estaba prohibido.

En este camposanto romano descansan a pocos metros de distancia los restos de los poetas ingleses John Keats (1795–1821) y Percy Bysshe Shelley (1792–1822).

John Keats, aquejado también de tuberculosis, juega su última partida contra el destino en Roma en una habitación de la plaza de España, atrayente imán para todos los amantes del Romanticismo, que por aquel entonces era camino de paso del ganado. Sus últimos versos, ¡Ya noto cómo crecen las flores sobre mí!, empujan a su médico a cumplir su última voluntad:  su tumba, cubierta de margaritas, señalaba también la mala fortuna de otro poeta británico Percy Bysshe Shelley, quien falleció con un ejemplar de los poemas de Keats en el bolsillo.

Antes de perder la vida ahogado en la en una tormenta en la Toscana, esculpió en su elegía Adonais los recuerdos dulces del eterno compañero, del amado amigo: El cementerio es un espacio abierto entre las ruinas, / y en invierno lo cubren violetas y margaritas. / Podría hacer que uno se enamorara de la muerte / al pensar en ser enterrado en un lugar tan grato.

"Tumba de Shelley en el cementerio protestante de Roma, Walter Crane (18739
Tumba de Shelley en el cementerio protestante de Roma, Walter Crane (1873)

Será el irlandés Oscar Wilde (1854-1900) quien describa los “macilentos cipreses” de la tumba de Shelley, anticipando quizá los pasos que los Hados marcaban como desdentadas piezas de su camino. La tierra en la que falleció Wilde es suya, de todos y de nadie. Enterrado en el parisino camposanto de Père-Lachaise, comparte visita turística con una interminable lista de ilustres, de la que empeñados en “cisnes sin lago”, restamos los inmortales nombres de Maria Callas (1923–1977), Frédéric Chopin (1810–1849), Isadora Duncan (1877–1927), Amedeo Modigliani (1884–1920) o Jim Morrison (1943–1971).

Tumba de Óscar Wilde
Tumba de Óscar Wilde, Jacob Epstein

 

 

Un ángel desnudo con las alas desplegadas inundado de besos acompañaba los recuerdos del escritor de La importancia de llamarse Ernesto. Materializándose en aspiraciones de lo inmortal erosionaban la estatua de Jacob Epstein por lo que esos irrefrenables impulsos de búsqueda de lo eterno encuentran inesperada acogida en un muro de cristal protector e incluso rascan el yo de su carmín en el tronco ajeno de un árbol próximo, barajando el principio y el fin, el turista y el viajero. El mito, la idolatría y el misterio.

ALERTA, no es nimio asunto de El fantasma de Canterville: la condición humana entra en juego.

Oleg Oprisco
Oleg Oprisco

En las encrucijadas del camino

Crueles enemigos nos acechan:

No la provoques, no, que débil eres

para ella.

 

Vendida fue la puerta de los mares,

Y las ondas del viento entre las sierras,

Tus memorias nada más

sobradas a defenderte

debieran ser de la muerte;

 

Oleg Oprisco
Oleg Oprisco

Y el suelo que se labra,

Y la arena del campo en que se juega,

Y la roca en que yace el hierro duro;

Solo la tierra en que se muere es nuestra

Pero si vas a morir,

¿qué importa un misterio más?

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