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El año de Enrique Gil, por César Gavela

Gil y Carrasco es el escritor leonés más relevante del siglo XIX. De toda la región, no solo de su querido Bierzo natal. Gil, nacido en Villafranca, en las orillas del Burbia, es patrimonio de todos los leoneses. Y debe resaltarse siempre su amor a Ponferrada, la ciudad de la que se sentía hijo.

Sin duda fue el mejor novelista romántico de España. Pero aquel berciano tuvo muchos más perfiles en su quehacer y eso que solo vivió treinta años. Una vida muy corta que ha dejado un recuerdo vivo, cuajado de intensa verdad. Y es que Gil y Carrasco todo lo hacía bien. Lo hacía con sencillez, inteligencia y gracia. Aparte de narrador, fue un poeta muy digno y un gran crítico literario. El hecho de que desde muy joven acertara tanto en sus intuiciones, prueba su inteligencia y su finura.

Él amaba conocer la entonces recién creada provincia de León. Transitó y escribió no solo sobre el Bierzo, sino también sobre la Maragatería, Laciana o Tierra de Campos. Dejó constancia de su admiración por la ciudad de Astorga y por la de León, cuyos grandes monumentos —Catedral, San Isidoro y San Marcos— fueron objeto de sus reflexiones viajeras. Un compromiso con la tierra leonesa que concretó, sobre todo, en su excelente ensayo Bosquejo de un viaje a una provincia del interior.

Pero, a la vez, fue un autor muy español, que se formó como jurista en Valladolid y que se fue a la capital de la nación en cuya vida literaria arraigó pronto. Apenas un año después de llegar a Madrid sin dinero ni amigos, era respetado y querido. Tampoco debe olvidarse la vocación europea de Gil y Carrasco, que tanto gozó y aprendió en el largo y demorado viaje que a través de Francia, Bélgica y Holanda le llevaría a Berlín donde llevaba un importante objetivo diplomático: tender redes entre España y aquella tierra germánica. Tarea que le llevó a conocer a Humboldt y a tratar al rey Federico Guillermo IV, que fue lector y admirador de El Señor de Bembibre.

Enrique Gil está muy cerca de nosotros. Leerle es salvar fácilmente la gran distancia que media entre su muerte en 1846 y nuestro tiempo. Ese misterio de autenticidad es prueba de su talento. Leer a Gil es conocer a nuestro hermano mayor, sentir su pálpito y su lucidez.

El año que viene se cumplirán dos siglos de su nacimiento. Los poderes públicos leoneses deben hacer un esfuerzo por celebrar ese bicentenario de un modo sencillo, profundo y revelador a un tiempo. Gil, además, y eso lo hace muy actual, fue un ejemplo ético. Desde su independencia de criterio y su honestidad intelectual y cívica. Él amaba la cultura, la pasión y el progreso. Y emociona siempre sentir su devoción por el Bierzo, que es, acaso, el eje de cuanto dejó escrito. Enrique Gil legó un testimonio ardiente que es eterno. En unos pocos años levantó una llamarada de páginas que siguen vivas, que nos iluminan y que nos invitan a ser mejores.

César Gavela, La Gaveta, Diario de León, 3 de agosto de 2014

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